Estación central de Beijing. Km.O. 23:14h. "Pasajeros al treeeeeeeeen!"




En esta ocasión no son las bolsas extras las que me pesan, ni este será otro medio de transporte al que subirme sin tener a nadie al que despedir. Con temblores en las piernas, el estómago en un puño, y con todas las ganas del mundo de subirme al tren, nos dirigimos a la estación Central de Beijing para comenzar lo que será mi penúltima aventura de NLE.



El transiberiano me estaba esperando en la plataforma número 3, junto a otros muchos pasajeros listos para embarcar.
Últimas fotos de la gran China, despedidas con abrazos, alguna lágrima contenida y mucha mucha emoción.

Presentado mi billete, bajando las escaleras ya podía vislumbrar el que sería mi hogar para la siguiente semana completa.
Una mezcla de nervios con emoción hicieron que sintiera ese momento como la consecución de un sueño. Algo con lo que había planeado hace tantísimo tiempo y con tanto empeño y cariño, lo estaba viviendo en ese mismo instante. Tuve que pararme un segundo, cerrar los ojos y sentirlo con los 5 sentidos.

Había viajado a través de 15 países sin tener nada planeado, con un sólo billete de ida, con una mochila pero con toda la ilusión del mundo como mejor compañero de aventuras. Tras casi 12 meses, estaba poniendo esa guinda sobre el pastel subiéndome a mi final aventura personal en el transiberiano.



Vagón Nº2. Cabina Nº3. Cama superior Nº12.

Superadas las escaleras, rampas y demás obstáculos llegué a mi compartimento el cual se encontraba en ese momento abarrotado hasta los topes.
Una familia rusa de rasgos mongoles, y otro turista intentaban acoplar sus bultos, bolsas y demás equipaje en el interior de la mejor manera posible.
Por fin era mi turno. A pesar de que no eran cabinas “King size”, había espacio suficiente para ubicar mi equipaje en un compartimento bajo las camas inferiores. Además de disponer de otros habitáculos en la parte superior, lo cual resultó ser de lo más cómodo ya que siempre pude tener todo muy a mano.
La cabina contaba con pequeños estantes cerrados para guardar pequeños objetos, luz de lectura, una mesa plegable, percheros y hasta una pantalla de plasma. (La pena es que no funcionara...)



Mi primera impresión sobre el tren fue espectacular, superando con creces mis expectativas. Una caldera de carbón ubicada en la entrada era la que calentaba cada uno de los vagones, con una temperatura media de 25ºC y en ocasiones llegando a alcanzar los 32ºC... “Una locura! Aquello no parecía Siberia...sino Costa rica!”



Alfombras con estampas varias recubrían pasillo y cabinas, cortinas con encajes oscurecían los ventanales, un termo de agua hirviendo proporcionaba esa dosis para té, café o cualquier plato precocinado. Dosificador de agua fría (con un sabor algo extraño), opción de usar una minicocina del “Prodovinista” (sólo si le caías bien...) y unos baños bastante decentes (pero sin ducha...) eran todo lo que ofrecía cada vagón.

Puntualmente a las 23:10 horas, con un silbido igual que el de las películas, nos pusimos en marcha con destino Russia: Moscow!

“Señores y señoras. Esto acaba de empezar!”


Esta primera parte de mi viaje, ha transcurrido de manera muy calmada. Con conversaciones basadas en presentaciones personales y conversaciones básicas pero no menos interesantes con mis nuevos compañeros de cabina.
“Ken y Asheey”, 2 primos rusos de Ulan Ude, de 21 años que volvían a casa por navidad y “Vlad” un chico de Rumanía de 22 años estudiante en Beijing, fueron mis aliados de desayunos, cafés de sobre, fotografías y amaneceres.






Como compañeros de vagón, escandalosas señoras de mediana edad rusas con la clásica estética rusa, se apresuraban en “organizar” todas los enormes sacos de ropa y productos comprados en la gran fábrica de China para su posterior reventa en Russia.




Otros vagones con jóvenes de origen chino, jugaban cartas y engullen sin cesar sus enormes “cubiletes de noodles”, con la mirada hacia un horizonte quizá buscando un futuro mejor.



Y no puedo olvidarme de nuestro “Providinista” y su ayudante. Siendo las personas encargas del vagón, son los que ponen orden, se encargan de la limpieza, reponen la caldera de carbón, marcan las subidas y bajadas en las estaciones, etc. etc. Resultando de gran conveniencia caerles en gracia, ya que al final son ellos los que mandan...
Pero entre su seriedad innata rusa y el no hablar ni una palabra de inglés...hicieron algo complicado cualquier tipo de relación “Providinista-pasajero”...



Como otros “locos turistas del tren” con los que compartir largas jornadas y cruzar largas conversaciones, contamos en el vagón Nº1 con “Steward” inglés de apenas 18 años, “Charlotte, Alex y Philippe” de Alemania en el Nº12 y otro chico russo “Igor” en el Nº10.



Y no puedo olvidarme de el gran"Sacha". Un personaje russo, que estaba a régimen estricto de Vodka recetado por su médico de cabecera para desayuno, merienda y cena.
Algún chupito nos tuvimos que tomar en su compañía...




Buena gente y buena compañía.

Mecidos por el incesante y relajante traqueteo del tren, con mi ipod conectado con algunas de mis canciones favoritas, sólo tenías que admirar a través de la ventanilla para volar mas allá de donde te encontrabas.

No se necesita gran cosa para evadirte y aprovechar de cada segundo en lugar de intentar sólo pasarlos.

Nieve, nieve y más nieve, comienza a ser la tónica del paisaje. Todavía siendo de una densidad normal seguía dejando entrever pequeños fríos poblados de cemento gris con las chimeneas funcionando a su máxima capacidad intentando contrarrestar esa frialdad visual.


Suaves montañas nos acompañaban desde el horizonte mostrándonos que siempre se puede llegar más allá. Árboles y más árboles con sus desnudas ramas nos saludaban a nuestro paso.




Vehículos de los años 60 con los cristales empañados competían contra nuestra veloz locomotora en carreteras paralelas, sin ninguna opción a acabar viendo nuestro último vagón en su delantera.



Paradas cronometradas en insignificantes estaciones, donde apenas tenemos tiempo para bajarnos, respirar aire tóxicamente puro y subir de nuevo al comenzar a sentir nuestras extremidades adoloridas por la temperatura.

El tiempo pasa sin prisa pero sin pausa. Entre foto y foto. Entre café y té. Entre una y otra anécdota. Entre una y otra canción. Entre una página y otra. Entre amanecer y atardecer.



Pero con el siempre suave y constante movimiento de fondo, recordándonos en cada momento que continuamos yendo más y más allá.

Siempre más y más allá.

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